Mucho se ha escrito sobre cómo vivir dignamente, pero ¿qué sabemos acerca de cómo morir con dignidad? Poco reflexionamos y menos aún hablamos sobre el final de la vida, ese evento ineludible para todo ser humano. El temor a morir puede llevarnos a ignorar, postergar o incluso negar esta realidad de forma inconsciente. Sin embargo, la muerte es inseparable de la vida; ambas coexisten en un tránsito que define nuestra existencia dentro de un tiempo y un espacio limitados.
La labor de los profesionales que acompañamos a los pacientes en este proceso no es sólo médica: es emocional, ética y profundamente humana. Facilitamos que los pacientes y sus familias identifiquen y expresen sus emociones, que construyan un relato en el que puedan hallar sentido y, sobre todo, que transiten este camino con dignidad.
Dra. Helena Manjón Navarro
Geriatra del Hospital Germans Trias i Pujol
La dignidad, en el contexto del final de la vida, implica mucho más que la mera atención sanitaria. Se trata de reconocer y respetar la singularidad de cada persona, de verla como un ser integral, indivisible, compuesto por dimensiones biológicas, espirituales, psicológicas y socioculturales.
Este acompañamiento exige un pacto ético y humano entre el profesional, el paciente y su familia. Por un lado, el profesional debe evitar caer en la tentación de reducir su labor al ámbito puramente técnico; por otro, el paciente y su entorno pueden exigir respuestas y certezas que a menudo están más allá de nuestras capacidades. Encontrar un equilibrio entre ambas expectativas requiere compasión, respeto y una ética del cuidado que vaya más allá de lo clínico.
La dignidad en el morir no se limita al instante de la muerte; es un trayecto. Desde que los problemas de salud comienzan a limitar significativamente la calidad de vida, es esencial ofrecer una atención integral, centrada en la persona. Esta atención debe abordar todas las dimensiones del ser humano: física, emocional, cognitiva, funcional, social, espiritual y ética.
El impacto emocional, el miedo y la ansiedad asociados al final de la vida deben gestionarse con sensibilidad.
A nivel físico, el manejo de los síntomas es crucial para aliviar el sufrimiento, mientras que preservar la funcionalidad —en la medida de lo posible— está profundamente relacionado con la percepción de dignidad. La pérdida de relaciones o el aislamiento derivados de la enfermedad deben ser abordados con estrategias para prevenir la soledad. Asimismo, el impacto emocional, el miedo y la ansiedad asociados al final de la vida deben gestionarse con sensibilidad, fomentando la confianza entre el paciente y el equipo profesional.
En lo espiritual, es fundamental valorar aquello que le da sentido a la vida del paciente y qué lugar ocupa la trascendencia en su experiencia vital. Los dilemas éticos, que inevitablemente surgen en este camino, también requieren acompañamiento y reflexión conjunta.
La muerte digna carece de una definición única o un marco conceptual estandarizado, lo que refleja la enorme complejidad de los cuidados paliativos. Reconocer esta complejidad es clave para ofrecer una atención integrada, que contemple tanto las necesidades del paciente como las prioridades de su familia.
Cada persona es única, y las características demográficas, clínicas y contextuales influyen en cómo vive este proceso. La edad, el diagnóstico, el entorno cultural, la capacidad de resiliencia, las prioridades personales y las creencias son factores que deben individualizarse en la valoración y atención.
Además, las necesidades del paciente en el final de la vida son multidimensionales: abarcan ámbitos físicos, psicológicos, sociales, culturales y espirituales. Estas necesidades suelen ser fluctuantes, dinámicas y, en ocasiones, cambian con rapidez, lo que exige una atención continua y flexible.
La comunicación es una herramienta esencial en este proceso. Un diálogo claro y empático puede minimizar la confusión, fomentar la confianza y alinear las expectativas entre el paciente, la familia y los profesionales. Asimismo, trabajar en equipos multidisciplinares permite abordar la complejidad desde distintas perspectivas, garantizando que las necesidades del paciente sean atendidas de forma integral.
Sin embargo, una mala planificación o descoordinación entre los miembros del equipo puede aumentar la complejidad y el sufrimiento del paciente. Por ello, la formación específica y la comunicación efectiva dentro de los equipos son imprescindibles para ofrecer una atención de calidad.
Acompañar a una persona en su proceso de morir es un compromiso profundo y único. Solo se nace y se muere una vez en la vida, y ambas experiencias deben ser dignificadas. Diseñar, descubrir y descifrar los desafíos del final de la vida no es solo un deber profesional, sino un acto de humanidad y respeto.
La muerte digna no es un destino, sino un camino, un trayecto que debemos recorrer junto al paciente y su familia, con empatía, compasión y excelencia profesional.
Al final, dignificar la muerte es, en última instancia, una forma de dignificar la vida.
Las opiniones, creencias, o puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan los de Boehringer Ingelheim España, S.A.
DOC.4033.012025